¿Cómo pudo Hagrid parecer tan grande en las películas?

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En el deslumbrante mundo mágico de Harry Potter, uno de los mayores desafíos visuales fue crear la apariencia colosal de Rubeus Hagrid. ¿Nunca te has preguntado cómo pudo Hagrid parecer tan grande en las películas?.

Aunque en los libros de Harry Potter se describe que este semigigante tenía una estatura de más de 2 metros, en la adaptación cinematográfica, la realidad es que ‘solo’ mide aproximadamente dos metros y medio.

No obstante, con el ingenio y maestría del equipo de efectos visuales, lograron que Hagrid destacara imponentemente en su entorno, en especial al lado de los jóvenes estudiantes de Hogwarts. Sin duda, este logro sentó un precedente en cómo el universo mágico de J.K. Rowling se materializaría en la gran pantalla.

Robbie Coltrane fue el elegido para dar vida a este entrañable guardián de las llaves y tierras de Hogwarts, superando incluso a talentos como Robin Williams. Coltrane no solo capturó la esencia del semigigante, sino que también encarnó su alma gentil y su torpeza característica.

A pesar de que el actor solo sobrepasa los seis pies, el efecto visual que transformó su estatura es una obra maestra del cine. Así que, cuando nos preguntamos «¿cómo hicieron que Hagrid fuera tan alto?», la respuesta reside en la magia del cine… y quizás un poco de magia.

Hacer que Hagrid pareciera grande fue un efecto rudimentario

Hacer que Hagrid pareciera grande fue un efecto rudimentario
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En el intrincado mundo de Hogwarts, traer a Rubeus Hagrid a la vida de manera convincente era una tarea que dejó a Chris Columbus, el director de la primera entrega de Harry Potter, rascándose la cabeza.

En lugar de recurrir a la magia digital (que hubiera sido un gasto considerable en esos días), optaron por trucos y encantamientos prácticos más tradicionales, por decirlo de alguna manera.

El Departamento de Hechizos y Encantamientos (es decir, el equipo de diseño de producción) concibió dos versiones distintas de la cabaña de Hagrid en el terreno de Hogwarts.

Una era como la cámara secreta de Hogwarts: amplia y misteriosa, para hacer que los personajes del tamaño de un muggle parecieran diminutos; la otra, al estilo del Cuarto de los Menesteres, cambiaba su tamaño para hacer que el propio Coltrane pareciera un gigante entre mortales.

El arte mágico de la «perspectiva forzada» fue otro truco sacado directamente del sombrero seleccionador del equipo de cinematografía. Al posicionar a Hagrid hábilmente más cerca del espectador, lograron engañar el ojo muggle para que viera a Hagrid como un ser de tamaño monumental.

Pero no todo fue mero truco de cámara: la avanzada magia de la pantalla verde permitía que el equipo de efectos visuales conjurara el cuerpo de Coltrane, haciendo que Hagrid eclipsara a los que estaban a su lado.

Y en «Harry Potter y la Cámara Secreta», un nuevo aliado se unió a las filas: Martin Bayfield, un ex guerrero del Quidditch (o, en términos muggles, un exjugador de rugby) de impresionantes 2,08 metros.

Con unos zapatos elevados que habrían hecho sonrojar a Filius Flitwick y un traje mágico que acentuaba su tamaño, Bayfield se convirtió en la sombra gigantesca de Hagrid, especialmente en esas tomas donde solo veíamos la espalda del querido guardián.

Las películas estuvieron hechas con efectos muy inteligentes

La magia tangible que sentimos al adentrarnos en el mundo de Harry Potter no fue solo el resultado de encantamientos y hechizos, sino también de efectos prácticos meticulosamente orquestados.

Las majestuosas vistas de Hogwarts, que todos recordamos, no fueron simplemente trucos digitales, sino la obra de miniaturas colosales, haciendo que el castillo pareciera sacado directamente de un sueño.

A lo largo de esta odisea mágica de ocho películas, Harry y sus amigos cruzaron varitas con seres mágicos que parecían tener vida propia: desde las amenazantes arañas gigantes en el Bosque Prohibido, pasando por el noble hipogrifo Buckbeak, hasta el temible basilisco de unos 15 metros que acechaba en la Cámara Secreta. Estas criaturas no solo fueron creaciones de CGI, sino que también se manifestaron a través de efectos prácticos impresionantes.

Pero eso no fue todo: ¿quién podría olvidar el ajedrez mágico en el que las piezas se movían y luchaban por sí mismas, o el momento en que la tía Marge, tras una pizca de magia mal dirigida, se elevó, flotando por el salón?

Estos momentos, creados con técnicas prácticas, no solo permitieron a los espectadores creer en la magia, sino que también ofrecieron a los actores un entorno tangible, sumergiéndolos en el corazón de la maravilla y la fantasía de este mundo mágico.